Nueva York. Noviembre
Las peleas callejeras contra vampiros no son tan glamurosas
como quieren hacer creer las series de televisión.
Algunos de sus compañeros tienen mucho estilo, como ese
misterioso alto moreno de Acheron, con su abrigo largo, su pelo negro,
destilando oscuridad, peligro y eficacia con cada movimiento. Talón y otros
como él, guerreros de la antigüedad, lo tiene fácil, se dedicaron toda su vida
a pelear y los cientos de años, cuando no miles, de Dark Hunter sólo han
perfeccionado su técnica.
Elizabeth Lavenza no sabía pelear, pegaba y punto. Como
fuera, a quien fuera que se le pusiera por delante si no tenían cuidado. Con la
mano abierta, con los puños, patadas, mordiscos e incluso tirones de pelo. Todo
valía si la pelea era buena.
En aquel oscuro callejón, ajeno a los ruidos de la ciudad y
con la oscura presencia de los contenedores de basura, Beth pegó fuerte al
primer daimon que fue lo suficientemente imprudente para acercase. No fue un
golpe muy elegante, pero resultó bastante efectivo y lanzó a éste de espaldas
unos satisfactorios cinco metros hacia el interior de la oscuridad que se
cerraba al fondo.
Su compañero, igual de rubio, igual de guapo, se lanzó sobre
ella a velocidad sobrehumana. A duras penas pudo esquivarlo, pero lanzó el
brazo hacia delante y lo golpeó de lleno en la mandíbula con la mano abierta
mandándolo con el otro.
Desde las sombras perfectamente definidas de sus cuerpos que
ya se incorporaban le llegó el brillo de colmillos y de dos pares de ojos
furiosos que no auguraban nada bueno.
-¡Venga paliduchos! ¿Por qué huis de mis compañeros y a mí
me volvéis loca? -estaba rugiendo con la voz ronca- Bueno, mejor, así no tendré
que correr detrás de vuestros paliduchos cu…
El más alto se convirtió en un borrón fugaz, una ligera
brisa, una centésima después ya estaba detrás de ella y otra vez sintió el
fuerte agarre de unos brazos sobre los suyos. ¡Iban a por ella! No intentaban
escapar, buscaban cazarla, pero ella no tenía un alma que pudieran absorber,
para ellos sería un triunfo cazar a un cazador y para ella sería el fin, total,
definitivo, el olvido, ¡la nada! No supo de donde había salido ese de pánico,
esa oscuridad de miedo absoluto a desaparecer sin nada a lo que agarrarse que
la envolvió. Había luchado muchas veces y ni siquiera al principio de su vida
como Dark Hunter había temido que le arrebataran la vida.
Sobre poniéndose a las sombras de su alma, giro la muñeca y tuvo
preparada el arma en su mano, dispuesta para darse media vuelta y clavarla
donde fuera, cuando una grave voz masculina llenó el silencio.
-¡Policia!. ¡Alto ahí, las manos donde pueda verlas!
-No…no…no, joder. ¡No!
–La realidad pareció congelarse en mil cristales que se romperían al menor
movimiento. Y este se produjo: los tres se giraron como uno solo, un extraño
lazo uniéndolos frente al intruso en una fiesta privada y secreta.
Un hombre avanzaba a contraluz por la penumbra del callejón;
tras él la engañosa seguridad iluminada de la civilización, dejando entrever
una americana desabrochada sobre una camisa blanca. La alta figura se movía de un modo furtivo y
seguro con las manos delante de su cara empuñando, inconfundiblemente, un arma
lista para ser disparada. Caminó despacio hasta que se detuvo a cierta
distancia del grupo, entrando en la zona de sombras, sin dejar de apuntar.
-¡Las manos donde pueda verlas! – pausa- ¡Ya! - repitió más
alto.
Beth fue consciente de la mirada que intercambiaron los Daimons
y de las sonrisas que descubrieron sus colmillos. Conteniendo la respiración
supo inmediatamente que se le estaba complicándola noche.
Ocultó el cuchillo. Si aquel humano salía con vida de
aquello no podría explicarle el hecho de que aquellos jovencitos que parecían
sacados de una hermandad universitaria desaparecieran cuando los matara, por no
hablar de la insensatez de atravesar a nadie con un cuchillo delante alguien que
se había identificado como policía. La opción rápida, borrado de memoria, no
siempre le había resultado eficaz.
El Daimon frente a ella fue a por el nuevo objetivo a la
velocidad del rayo.
El policía tenía buenos reflejos o mucha suerte porque,
aunque para él sólo sería un borrón negro, consiguió placarlo y terminaron los
dos en el suelo. Un ruido metálico les indicó a todos que el arma había caído
en algún lugar oscuro, lejano y, posiblemente, asqueroso. Se oyó un juramento
bajito y grave.
Todo esto duró un latido. Al segundo siguiente el Daimon ya
estaba en pie dispuesto a salir corriendo. Parecía que ese se le iba a escapar
después de todo. El policía, sin embargo, tenía otros planes porque con un
movimiento que la sorprendió volvía a estar encima de la criatura.
Un fuerte golpe en la cara de Beth le borró el gesto de
sorpresa que le había provocado la situación, la hizo retroceder y la devolvió
a la realidad de que ella tenía sus propios problemas. El siguiente golpe que
vio venir iba derecho a su corazón con algo afilado y puntiagudo. Con un
gruñido, logró desviarlo con el antebrazo y noto que la hoja rasgaba por lo
menos su chaqueta de cuero, luego un fuerte puñetazo la hizo doblarse en dos
con un gemido.
Tomando aire se incorporó con los dientes apretados
sintiendo el fuego que ardía en sus entrañas y que no tenía nada que ver con el
golpe recibido y con un rugido se lanzó contra su oponente.
Impactaron los dos y cayeron al suelo en un revoltijo de
brazos y piernas. El Daimon se revolvía, era rápido y fuerte, pero ella
consiguió colocarse a horcajadas sobre su pecho. Sentía su brazo armado presa
de la tenaza del agarre de su enemigo, el sueño de toda gótica: un joven
hermoso, pálido, romántico y letal. Beth le atizó en la cabeza con el puño de
la otra mano en un revés con el que se lastimó un poco el codo. Atontado
temporalmente la criatura aflojó el agarre y entonces, con un grito, aprovechó ella
para clavarle el puñal hasta la empuñadura.
El cuerpo del Daimon desapareció bajo del suyo que quedó de
rodillas en el suelo.
Tomándose un segundo para respirar, Beth se acordó de que
esto no había terminado. Buscó rápidamente a su alrededor esperando no
encontrar un hombre muerto y sin alma sobre la sucia acera.
Todavía estaba peleando con el Daimon que quedaba…
Estrechó los ojos estudiándolo. Era imposible, o al menos
bastante improbable que ese hombre fuera rival para ese oponente. Pero ahí
estaban. Peleaba de una manera muy eficaz con pocos movimientos y tan precisos
que muchos impactaban en el cuerpo del otro, aunque no hacían el efecto que
hubieran conseguido en un humano. Los golpes del Daimon le alcanzaban, pero
parecía tener alguna especie de sexto sentido que preveía de donde iban a venir
y lograba esquivarlos un poco, en cierta manera perdían algo de fuerza cuando
impactaban contra su cuerpo, aunque siempre lo hacían retroceder. De repente el
Daimon tomo distancia y echo el puño hacia atrás…una décima de segundo fue todo
lo que le llevó. Beth lo vio venir, se desapareció de donde estaba y se
apareció junto a él una décima de segundo demasiado tarde. El daimon había
lanzado su puño, impactó en el cuerpo del hombre que voló literalmente por el
callejón hasta chocar contra la pared alejada y aterrizar en el suelo, entre
las sombras, con un golpe sordo y un gemido de haber perdido el aire.
Beth hizo un giro salvaje con el cuchillo en la mano,
agarrado con la punta hacia el codo, lanzando un rugido desde lo profundo de su
garganta, mostraba sus colmillos en su grito de guerra y clavó la hoja en el
corazón de su oponente. El cuerpo se desintegro en el aire dejándola jadeante y
sola en la penumbra.
Se desapareció y reapareció unos metros más allá, donde se
perfilaba el cuerpo caído del policía.
El hombre yacía inconsciente o muerto, desmadejadamente sobre
su espalda. Se agacho a su lado y acercó dos dedos justo debajo de la mandíbula
para comprobar el pulso.
Tocar ese cuello tan bien formado, moreno y con los tendones
marcados por la postura forzada de la cabeza le produjo una extraña sensación y
se alegró de notar latidos bajo la cálida piel.
Lo zarandeo un poco por el hombro con cuidado, había muchas
posibilidades de que tuviera algo roto, pero no reaccionó. Se había llevado un
buen golpe en el pecho y probablemente otro aún mayor en la cabeza al impactar contra
la pared. El resultado debía haber sido como si le hubiera atropellado un coche
por la velocidad y fuerza que llevaba el brazo que lo atacó.
Observándolo así, estuvo considerando que ese era un buen
momento para borrarle los últimos minutos de recuerdos… sin embargo, su mano se
retiró, reticente, de la piel del hombre y los recuerdos permanecieron donde
estaban.
En la soledad de su habitación se preguntaría, en el futuro,
por qué no siguió la rutina habitual.
Ahora tenía que llamar a una ambulancia, asegurarse de que
llegaba y largarse de allí ya. Que el poli montara él solito el rompecabezas
cuando despertara. Lo achacarían todo a unos estudiantes atiborrados de anfetas
y las partes más extrañas las atribuirían a un poco de conmoción. Y a ella no
la iban a encontrar.
Pensaba en todo esto mientras sacaba el móvil del bolsillo
de la cazadora y marcaba el número de emergencias. Era un milagro que este estuviera
entero a estas alturas.
-Emergencias, dígame. -La voz fría e impersonal no le llegó
como una pregunta.
Describió la situación de manera un tanto atropellada,
contestó las preguntas lo mejor que pudo sin dar ningún dato personal y
remarcando varias veces la dirección. De todas maneras, pensó echando una
ojeada al cuerpo inconsciente, estaba decidida a no irse hasta que hubiera
llegado la ambulancia, aunque no había sido consciente de tomar esa decisión.
Entre la penumbra podía fácilmente desaparecerse en el último momento y
reaparecer en su casa.
Entonces miró al hombre detenidamente. A la escasa luz lo
veía perfectamente, sus ojos de Cazadora estaban habituados la oscuridad.
Era fuerte y alto, bien formado. Vestía traje, con la
chaqueta abierta seguro que para tener fácil acceso a la pistolera que se llevaba
debajo. En alguna parte del callejón estaría su arma. Se hizo la nota mental de
buscarla y devolvérsela antes de irse.
Se fijó en su rostro, inclinado hacia un lado, de rasgos
marcados, los labios ligeramente separados resultaban una provocación. Moreno,
con el pelo ahora revuelto.
Sus ojos volvieron a la boca… Esa boca… era muy atractivo,
con un aire hispano o italiano, sintió que se le alteraba la respiración y el
pulso...
¿Hacía demasiado tiempo que no estaba con un hombre o es que
éste le estaba tocando alguna fibra que creía muerta? Apartó rápidamente la mirada, ruborizada y
acelerada, al ver que el hombre empezaba a moverse con un quejido ronco y suave
que pareció excitarla todavía más.
Al abrir los ojos y verla, Beth supo que había perdido su
oportunidad de irse y también supo que no la hubiera aprovechado, aunque
hubiera podido. El hombre se incorporó sobre un codo y luego se arrastró un
poco por el suelo, con un gemido profundo, hasta quedar con la espalda apoyada
en la pared. Cerro los ojos con la respiración agitada.
-Ten cuidado, puedes tener algo roto. ¿Cómo te encuentras?
Una rendija se abrió entre las espesas pestañas mostrando
unos iris oscuros. Tomó aire y lo soltó entrecortadamente con un gesto de
dolor.
-Como si me hubieran atropellado- dijo llevándose una mano
al pecho. -Miro a su alrededor cuando el dolor pareció remitir un poco.
-¿Dónde están?- su voz era un susurro grave.
Beth dudo un momento la respuesta, pensando y entonces se
dio cuenta de que oía las sirenas de la ambulancia, ¿Cuánto tiempo hacía que
las oía?
-Se fueron.
-¿Se fueron? – Esos ojos intensos se clavaron en ella con
desconfianza, sin rastro ya de desorientación.
-Sí, salieron corriendo en cuanto se empezaron a oír las
sirenas. – Se encogió interiormente, era una mentira malísima. Él parecía
escéptico y Beth no le culpaba.
-¿Quieres contarme exactamente lo que paso?. -Aunque la
pregunta estaba hecha de manera educada y parecía que ella podía elegir si
contarlo o no, el tono indicaba muy claro que era una orden.
Beth desvió la vista de sus ojos y buscó inspiración entre
las sombras del callejón. Estas seguían silenciosas
a sus ruegos de i nspiración.
-Yo…volvía de dar una vuelta con unas amigas…- dio un
respingo, sobresaltada cuando noto el contacto de unos dedos. La había cogido
por la mandíbula y la miraba fijamente. Su corazón hubiera saltado un latido si
eso hubiera sido posible. ¡Oh Dios, ¿y ahora…?
-Tienes sangre en la mejilla. - ¿En su cara y en su voz se notaba
cierta preocupación?
-¡No!, no me han hecho nada, solo un arañazo, no me duele
y…-se acordó del desgarrón de su cazadora- puede que un enganchón o algo. -Se
iba a incorporar intentando poner distancia entre él y sus propias mentiras,
pero el hombre la sujetó por el brazo como intuyendo sus movimientos.
- Soy policía. -Beth miró la mano como si fuera una
serpiente, aunque era una mano fuerte, morena de largos dedos, bastante bonita.
Intentaba no tocar mucho a le gente porque cuando lo hacía
se abría lo que ella llamaba “un canal” en su dirección y todas las sensaciones,
los sentimientos, del otro le llegaban si no tomaba precauciones. No las sentía
como propias, era más bien el saber lo que el otro estaba pasando. Con el
tiempo había aprendido a controlarlo y “abrirlo” sólo cuando le interesaba,
pero cuando estaba nerviosa, cansada, enfadada o era un contacto inesperado, no
le funcionaba el filtro, y se temía que ahora iba a ser una de esas veces.
Él apretó de manera cálida, y el aluvión llegó instantánea e
intensamente.
Beth clavó los ojos en los de él, todavía con la mano en su
brazo y cubrió con la suya la fuerte masculina.
Supo que el dolor del pecho y el de la cabeza eran tan fuertes
que apenas le dejaban respirar. Preocupación, mucha responsabilidad, amor,
miedo, ¿soledad?
Luego parpadeo y le liberó la mano, bajando la vista,
cohibida por su propia acción y esos ojos que ahora la miraban con cierta
sorpresa.
-Elizabeth Lavenza. -murmuró entre dientes, apartándose por
fin.
-Elizabeth – el hombre inclino la cabeza un poco buscando su
mirada, habló muy suave. – Marco del Castillo. Vamos a ir a la comisaría y va a
poner una denuncia contra esos tipos. Yo le ayudaré, puedo dar sus
descripciones perfectamente. -Se incorporó contra la pared, apretando los
párpados en un gesto de dolor, un taco se escapó con la respiración entre sus
labios. – En cuanto sea capaz de moverme un poco.
-He llamado a una ambulancia – dijo Beth levantando la
cabeza bruscamente. Las sirenas ya se oían encima. Tenía que irse ya… tendría
que haberse ido ya.
-¡¿Qué?! No… -dejó caer la cabeza contra la pared suavemente,
tomó aire y Beth vio la determinación en su mirada mientras se incorporaba con
esfuerzo apoyándose en la rodilla.
-Mi pistola…-empezó a mirar por el suelo cerca de sus pies.
-Esta allí. – Indico Beth corriendo a por el arma que
distinguía perfectamente entre las sombras. Se la tendió por la culata en el
momento en el que el callejón se llenaba de parpadeantes luces amarillas,
cuando la ambulancia paraba enfrente y bajaron dos sanitarios uniformados.
- ¡Soy policía! - Avanzó hacia ellos guardando la pistola en
el costado y sacando una placa en un rápido movimiento. El primer paso pareció
que iba a perder el equilibrio, pero enseguida se recuperó, se cuadro de
hombros y continuó con determinación haciendo visera con la mano frente a las luces
parpadeantes.
-¿Mark? ¡Hola!
-¿Mike? – No lo pronunció como si fuera inglés, lo,
pronunció como si fuera un nombre español. Los dos hombres se estrecharon las
manos y el policía levanto el antebrazo y se giró un poco para evitar que el
otro le palmeara la espalda. La expresión del paramédico cambió inmediatamente
al notar el gesto.
-Tenemos un aviso de una persona inconsciente.
Beth llegó junto a los dos hombres y lo vio sonreír un poco,
parecía avergonzado.
-Me temo que era yo- dijo tocándose la parte de atrás de la
cabeza. -Me llevé un porrazo, ya estoy bien.
-Bueno… eso lo veremos, no lo pareces. Ven por aquí que te
eche un vistazo. ¿Y usted, señora? Giró hacia ella unos ojos que parecían dos
glaciares.
-¡Yo estoy bien!- Contestó rápidamente levantando las manos.
-Ella es la victima – sonó un poco indignado y Beth se dio
cuenta de que quería evitar su propio examen, pero no tenía ni fuerzas ni ganas
de discutir así que siguió al tal Mike que le hizo sentarse entre las puertas
abiertas del furgón, donde la luz del interior lo inundaba todo.
El otro paramédico se acercó a ella enseguida y empezó a examinarla.
-Solo ha sido la ropa…
La sentaron también en el portón mientras el compañero de Mike se
aseguraba de que ella estaba bien.
Mike examinaba los ojos del policía con una pequeña
linterna, la cabeza por detrás, le tocó ligeramente las costillas -sigue el
dedo-. Beth era consciente de que cada movimiento le producía un apretón de la
mandíbula y una queda exhalación y ante la última orden inclinó un poco la
cabeza entre los hombros y murmuro: -déjame en paz…
El paramédico se incorporó con un sonoro suspiro. - Marco,
sería más fácil si me dices qué te duele en lugar de tener que adivinarlo por
tus gestos. Beth tuvo que reconocerle eso, sin apartar los ojos de la pareja de
hombres y sin notar las manos que le subían la manga en busca de daños.
-Me duele la cabeza, - se rindió al final –. Por lo visto
estuve inconsciente algún tiempo.
El paramédico se volvió hacia ella, que dio un respingo. El
tal Mike era un hombre fuerte con el pelo rubio muy corto, rasgos escandinavos
y ojos tan claros que parecían de acero. Muy vikingo.
-Eh… -calculó cuanto duro su pelea. – Quizá unos minutos.
-Te va a salir un buen chichón y te va a doler la cabeza por
el golpe, ahora parece que estás bien, aun así, te vamos a llevar al hospital.
- Eso ni hablar.
Esa era la respuesta que Mike parecía esperar ya que hizo un
gesto afirmativo con la cabeza.
-Intenta no pasar estar noche solo, que alguien te vigile un
poco por si te encuentras mal, vuelves a perder el conocimiento o te sientes
mareado o indispuesto.
-Vale…- contesto Marco mecánicamente y le lanzó a Beth una
mirada fugaz que la hizo morderse el labio.
-Hazme caso en esto Marc. -Mike estaba muy serio
-Vale- le dijo esta vez mirándolo a los ojos.
-Y llama a tu hermana, prefiero que lo sepa por ti que por
mí. ¿Qué más? Al tocarte aquí… -le apretó las costillas y a Marco se le escapó
un gemido junto con el respingo- parece que también hay un gruñido.
- Sí -apenas le salió la voz. Mike ya estaba desabrochándole
la camisa y Beth se inclinó hacia delante. Piel morena sobre unos músculos bien
formados. Se perdió en la curva de ese cuello, que le atraía de manera
incontrolada, hasta la clavícula.
El policía aguanto el examen sudando un poco, con los dientes
apretados.
-Parece que te han pegado bien…
-Tendrías que ver al otro…-jadeó estirando la comisura del
labio hacía arriba.
-No, no me gustaría, si ha podido hacerte esto a ti, sé cómo
te las gastas en una pelea.
Marco se echó hacia atrás un poco para retirarse de las
manos insidiosas de Mike, una ligera risa escapando de su garganta mientras se
abotonaba.
-Era un canijo, un niñato, seguro que cargado de anfetas, y
por lo que sé, se largaron de rositas.
-No pareces tener nada roto de puro milagro. Una radiografía,
que por supuesto, no te vas a hacer, vendría muy bien para asegurarnos de que
no hay fisuras. Mañana vas a tener un montón de hematomas.
-Ya…procuraré no ir a la piscina.
Mike acercó una pequeña caja, estuvo urgando en ella y saco
una jeringuilla desechable y una aguja.
-Levántate la manga, esto es un analgésico bastante potente
para que puedas dormir esta noche. Mañana echa mano de lo que tengas por casa,
ibuprofeno, paracetamol y, sobre todo, tómatelo con calma. Si puedes, no vayas
a trabajar. Hoy vete a casa en taxi, pídele a Patri que te recoja o que te
lleve ella -indicó con la cabeza a Beth, luego fijo la vista en su compañero.
-Parece que todo está bien. Se trata de un corte en la ropa
que no ha llegado al brazo, y el corte de la mejilla es un pequeño arañazo que
ya le he curado –Cierto - pensó Beth. Mientras ella estaba pendiente de
la conversación entre los dos hombres,
el otro paramédico se había dedicado a ponerle yodo y una pequeña tirita en la
cara; le había subido la manga y había descubierto un raspón que curó de la
misma manera.. Mientras ella observaba
-Yo soy Mike. -Alzó la mano hacia ella. Marc ya se había
puesto en pie y tomó la mano que el otro tenía en el aire.
-Gracias por todo, Mike.
El vikingo soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás
ante la rápida reacción del poli -No hay de qué. -dijo entre risas- ¡Y llama a
tu hermana! – le grito cuando comenzó a alejarse.
Beth se colocó a su lado mientras caminaban por la acera
entre los haces de luz de las farolas.
-Ahora iremos a la comisaría donde cursaremos la denuncia.
Yo le ayudaré con las descripciones y veré si puedo acelerar el papeleo…
-Marc -lo interrumpió ella - ¿puedo llamarte Marc.? Y
¿podemos tutearnos? -no esperó respuesta. - No voy a ir a la comisaría está
noche, no podría contar lo ocurrido -intentó parecer un poco afectada pero no
era buena fingiendo, ni mintiendo, así que mantuvo la mirada en el suelo.
Marc se había detenido de golpe y la sujetó por el codo,
buscando sus ojos.
-Lo entiendo, pero cuanto antes lo hagas más frescos estarán
los recuerdos.
-Mañana, te lo prometo. – Él dudó un momento, todavía con
los ojos clavados en los de ella y sin soltar su brazo. Luego sacó una tarjeta
del bolsillo y se la tendió.
-Toma, llámame cuando vayas, a cualquier hora y procuraré
estar allí. No podemos dejar a esos cabrones por las calles. ¿Dónde tienes el
coche? - La pausa que siguió a la pregunta fue demasiado larga. -¿Elizabeth?
- No he… venido en coche.
-Te llevo a tu a casa.
-¡Ni hablar! – se le escapó completamente a la defensiva y
notó la rápida mirada que le dirigió Marc, entre herida y sorprendida. – Quiero
decir que no quiero molestarte más.
Un ligero sonido metálico sonó a su derecha, la apertura
automática de las cerraduras de un coche.
Marc se dejó caer pesadamente en el capó de un coche
familiar de color oscuro. Llevaba la camisa abierta hasta el tercer botón, no
había tenido paciencia para abotonarse ninguno más. Parecía muy cansado y un
poco somñoliento por la droga que le habían suministrado.
Beth se enfrentó a él mirándolo con la cabeza inclinada hacía
un lado.
- Solo es molestia si me haces discutir contigo una hora.
¿Dónde vives, Elizabeth?
-Vivo lejos, en la urbanización Los rosales, sur. -captó un
leve alzarse de una ceja en la expresión de Mark. Todo lo demás permaneció
igual.
-Bueno, pues da la casi totalmente improbable casualidad de
que me pilla de camino. Sube al coche, necesito meterme en la cama ya.
-Ok -Beth abrió la puerta, se deslizó en el confortable
asiento del copiloto e intentó quitarse de la cabeza la idea de ese hombre
metiéndose en una cama. Casi le da un tonto ataque de risa floja.
Antes de entrar en el coche, Marc hizo una llamada con el
móvil. -Patri. – se había separado un poco del coche hablaba por el móvil, se
paseaba por delante del coche con la cabeza inclinada y se paso la mano por el
pelo.
-Privacidad…Beth - Para no meterse en la conversación
intentó distraerse mirando el perfil del hombre, pero eso no ayudaba, iba a dar
mucha pena no poder volver a verlo. Además de parecerle muy atractivo y tener
un buen cuerpo también tenía alrededor un aurea que la atraía. Empezó cuando le
sujetó el brazo y el canal se abrió de repente y la estaba sintiendo ahora
mismo mientras se fijaba en su rostro, en la mano que sujetaba el móvil, morena
y fuerte, en la piel que se podía ver por encima del cuello abierto de la
camisa. Subió la mirada hasta su rostro y encontró eso ojos profundos y
castaños fijos en ella, pero solo duró un segundo. Rodeando el coche el policía
acabó con la llamada y ocupó el asiento del conductor.
-No deberías conducir, creo que sería más sensato que te
lleve yo a tu casa.
-Bueno, pues no va a ocurrir- Con de una mueca de dolor, echó
un brazo por detrás del asiento del copiloto para dar marcha atrás, lo que
provocó un pequeño vuelco en el corazón de Beth -Ponte el cinturón-le ordenó mirándola
un segundo, y se incorporaron al tráfico.
Beth sintió la boca seca. No sabía a que venía esa especie
de atracción tan absoluta y, sobre todo, tan repentina.
Respiró hondo, miró al frente, e hizo lo que mejor sabía
hacer: ser una chica del siglo XIX durante todo el trayecto.